“David… comenzó a pasearse por la azotea del palacio, y desde allí vio a una mujer que se estaba bañando. La mujer era sumamente hermosa… y le informaron: «Se trata de Betsabé…esposa de Urías el hitita».
Entonces David ordenó que la llevaran a su presencia, y cuando Betsabé llegó, él se acostó con ella.” 2 Samuel 11.1-4 NVI “.
¿Por qué, entonces, despreciaste la palabra del Señor haciendo lo que me desagrada? ¡Asesinaste a Urías el hitita para apoderarte de su esposa!… ¡He pecado contra el Señor! reconoció David.» 2 Samuel 12.9,13 NVI.
David se transformó en el rey más grande de Israel. Gobernó al pueblo con integridad y durante su reinado Israel disfrutó de prosperidad y favor. No obstante, como cualquier otro rey humano, David no alcanzó el estándar de Dios, sucumbió a un enemigo de lo más insidioso: el mismo y mostró que nadie está fuera del alcance de la tentación y pecado.
Dios confronta a David por su pecado a través del profeta Natán, David se arrepiente y Dios lo perdona (luego escribiría el Salmo 51) enseñándonos que “el que confiesa sus pecados y se aparta, alcanzará misericordia” Pro 28.13.
Incluso David, el más grande de los reyes de Israel y el hombre conforme al corazón de Dios, era un pecador que necesitaba arrepentirse y ser redimido. En esta historia reconocemos que todos necesitamos perdón a través del Rey perfecto que cargaría sobre sí mismo el castigo de nuestros pecados.
¿Porqué creen que un pecado suele conducir a más pecado?